Descripción
Con apenas 17 años, Ned salió de Oxford para iniciar un viaje que, si bien no lo convertiría en Lawrence de Arabia, lo puso, inevitablemente, en la vía para llegar a serlo.
¿El lector será capaz de disfrutar estas cartas sin el lastre de la Leyenda? Nos gustaría saberlo.
Lawrence de Arabia, la leyenda, no podía morir si no le atravesaba una bala de oro y, sin embargo, T. E. Lawrence, el hombre, murió de un simple accidente de tráfico mientras circulaba con su motocicleta. Colisionó con un ciclista y salió volando abriéndose la cabeza contra el asfalto. La brecha del cráneo medía 23 centímetros y, según testigos, partes del cerebro sobresalían por ella. Murió seis días después del impacto. De haber sobrevivido, aquel héroe de leyenda habría contemplado el resto de su historia desde una silla de ruedas.
Sin embargo, 25 años antes, un jovencísimo y curioso Lawrence pedaleaba con ímpetu por toda Francia y a través de Siria, libre e ignorante del peso de una vida que lo transformaría en el británico más célebre y controvertido del siglo xx (con permiso de Churchill y de Robert Falcon Scott, por supuesto).
En 1906, con apenas 18 años, y hasta 1912, Ned, como lo llamaban en casa, salió de Oxford para iniciar un viaje que, si bien no lo convirtió en Lawrence de Arabia, lo puso en la vía para llegar a serlo.
Olvide por un momento que este chaval, culto y refinado, fue el héroe de la rebelión árabe (o el gran traidor de un Pueblo que confió en él, pues ambos términos se escuchan por igual), a ver si es capaz de disfrutar de este viaje sin el peso de su leyenda.
T. E. Lawrence nació en el seno de una familia feliz, pero en pecado. Su padre había abandonado Irlanda y una esposa cruel y fanática religiosa, por la pulcra y exquisita ama de llaves, que sería la madre de cinco hermosos e inteligentes niños de los que el segundo fue Ned.
Tras varias mudanzas la familia se estableció en Oxford donde los pequeños Lawrence comenzaron a destacar a nivel académico.
Enseguida Thomas Edward se interesaría por la fotografía, la arquitectura militar medieval y la arqueología, para la que demostró un talento poco habitual. Gracias a ello obtuvo una beca para trabajar en las excavaciones de Carchemish (Siria), con lo que comenzó su fascinación por el mundo árabe.
Lo más complejo de comprender es como un hombre que definió el ejército como «sucia, hedionda y desolada abominación» acabara siendo el soldado más admirado del siglo xx.
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