Por Tamara Crespo
«Imaginad por un momento que estas fotos desaparecen, sería terrible, terrible para las víctimas, terrible para la historia, sería terrible para vosotros, que no supierais lo que ha pasado, aunque tuvierais una visión… pluridimensional. Este legado es importantísimo». De este modo resumía el fotoperiodista Fidel Raso a los alumnos de Periodismo de la Universidad del País Vasco lo que sería un relato de los llamados “Años del plomo”, los más duros de la violencia de ETA, sin las imágenes que dejaron para la historia un grupo de excelentes profesionales que tuvieron que afrontar este difícil trabajo, alguno de los cuales resultó tan afectado que tuvo que dejarlo: «No solo en Vietnam hubo fotógrafos que tuvieron que dejarlo”, señaló en otro momento Raso.
El auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) acogió el 20 de abril este encuentro, la IV Jornada Memorial-Foronda, dedicada al Fotoperiodismo y los años del plomo, y organizada por el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda y la Fundación Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. A primera hora, hablaron los fotógrafos Jesús Uriarte, de El País, y Juan Ignacio Fernández, hoy redactor jefe de Fotografía de El Correo. En la segunda sesión, y presentados por el historiador Raúl López Romo, intervinieron Carlos García Pozo, en la actualidad jefe de Fotografía de El Mundo y Fidel Raso, quien cubrió aquellos años de violencia como fotógrafo del desaparecido Diario 16 y presentó datos de su trabajo de investigación universitaria Fotoperiodistas del País Vasco, 1983-1998. Desde la aparición de la televisión pública vasca (ETB) hasta la tregua de ETA. La conferencia inaugural corrió a cargo de la subdirectora de El Diario Vasco, Lourdes Pérez.
El destino quiso que esta jornada coincidiera con un comunicado de ETA, de anuncio de su disolución, en el que la banda terrorista pide perdón a quienes no tuvieron «responsabilidad alguna» en lo que denomina el “conflicto”. En declaraciones a la Agencia Efe, el director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, Florencio Domínguez, presente en esos momentos en el encuentro organizado por la institución, aseguró que el comunicado de ETA «bajo la apariencia de la autocrítica, de pedir perdón y de reconocer el daño causado es tremendamente deficiente» y «exculpatorio».
El veterano del grupo de fotoperiodistas participantes en la jornada, Jesús Uriarte, mostró algunas de sus fotografías de la época, una de las cuales correspondía precisamente a la primera rueda de prensa que cubrió y la primera que ofreció ETA «antes de sus escisiones», en 1976. La escena era rocambolesca o surrealista, pues además de tres etarras encapuchados, había vino -«Berberana», especificó el reportero gráfico-, y unos pintxos. Uriarte llevó al auditorio un viejo transmisor de fotos para mostrar con qué medios técnicos habían de trabajar entonces los fotógrafos. Al finalizar su intervención, hizo un homenaje a la librería Lagun, de Donostia, objetivo primero del franquismo, luego, de la extrema derecha y, por último, del entorno de ETA, que la atacó en incontables ocasiones, una de las cuales, del año 1996, mostró en la pantalla a través de una fotografía suya.
Por su parte, Juan Ignacio Fernández seleccionó nueve imágenes que a su modo de ver resumen el «horror» que se vivió en aquellos años. La primera era de la propia organización terrorista, una fotografía que le hizo durante su secuestro al industrial guipuzcoano Ángel Berazadi, al que semanas después asesinaría al no poder hacer frente la familia al rescate que pedían. La soledad en medio de la cual la familia y allegados velaban a las víctimas de ETA frente a los homenajes públicos tributados a los etarras y el asesinato de Miguel Ángel Blanco (con una fotografía del joven concejal de Ermua realizada por un compañero de El Correo, Ignacio Pérez, presente en la sala) también estuvieron en el repaso que Fernández hizo de esos años.
En su turno de palabra, Carlos García habló con vehemencia y emoción de las sensaciones que le produjo introducirse en el zulo donde ETA mantuvo secuestrado durante 532 días al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, un lugar angosto «con olor a moho y con el sonido permanente del río que pasaba cerca». García volvió años después al escenario de este terrible secuestro y se encontró con que el ayuntamiento de Mondragón ha convertido la nave en un almacén de trastos y ha cubierto de hormigón el zulo. Ni un rastro del horror, ni un homenaje a la víctima, nada que recuerde aquello, al igual que sucede en el cementerio de Ermua, donde el fotógrafo recordaba «el lugar exacto, el nicho» en el que dieron sepultura al joven Miguel Ángel Blanco, cuyo cadáver fue trasladado a Galicia, como supo tras esa visita, diez años después. García, quien trabajó hasta 2010 en el País Vasco para trasladarse después a la redacción de Madrid, visitó estos días también otra localidad vizcaína muy cercana al campus universitario de Leioa, Erandio, el escenario de otro crimen terrible, el del pequeño de dos años Fabio Moreno, mellizo de otro niño a cuyo padre, policía, ETA colocó una bomba en el asiento del copiloto. «Quería matar al niño, no al padre». Para soportar aquella locura, para conservar su «integridad psíquica», lo que hacía era «hacer fotos, no pensar». Citando al maestro Cartier Bresson, García afirmó que «hay que pensar antes y después, en el momento no, en el momento tiene que actuar solo el puro instinto».
Fidel Raso, quien también mostró, en un video de unos minutos, fotografías suyas de aquel tiempo, resumió algunas de las principales conclusiones de un trabajo de investigación universitaria, una encuesta de 50 preguntas a la que respondieron 55 fotoperiodistas de los 65 en activo en aquellos momentos (años 1998-99) en el País Vasco, profesionales de 17 medios, un trabajo inédito parte del cual se publicó en forma de ensayo en la revista digital FronteraD bajo el título de Fotografía y periodismo en los años del plomo. La encuesta reflejaba aspectos como la formación de los fotoperiodistas, su relación laboral con los medios para los que trabajaban, su nivel de satisfacción profesional y su percepción sobre la valoración social de su trabajo. Además, se les consultaba por aspectos como la presión social que vivían en el desempeño de su labor, el deseo o no de dejar la profesión, su percepción de la credibilidad que se les otorgaba, la colaboración de las fuerzas de seguridad o por si alguna vez se habían negado a cubrir una información o habían sufrido agresiones. El cuestionario terminaba con una pregunta espinosa, sobre la posición ante los hechos fotografiados, si en caso de conflicto se debe elegir uno u otro bando o ninguno. Raso mostró en definitiva ante los futuros periodistas su satisfacción porque «20 años después de registrarse esa tesis en la UPV, que no se pudo terminar, pero de la que se hizo lo más importante», haya podido volver a la Universidad pública vasca para «hablar de ellos, de estos excelentes profesionales, de sus testimonios, de un trabajo que es impresionante» y hacerles este «homenaje». Raso terminó su intervención reiterando su petición «para que la memoria trate de recuperar cantidad de fotografías que hay gente que piensa que estaría muy bien no volver a ver y yo particularmente pienso que no se deberían olvidar nunca». «Gracias, gracias a la Fundación, y gracias, compañeros», concluyó en referencia a ese más de medio centenar de testigos de una violencia de la que todos ellos dejaron testimonio gráfico de un valor incalculable.
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