Cortesía. Esos gestos que hacen posible la convivencia. Normas que han de adaptarse a los tiempos pero que no deberían perderse. En los libros viejos de Primera Página hay muchas enseñanzas y ecos de épocas remotas, como sermones del siglo XVII, o más cercanas. Entre estas últimas, hemos elegido citas de El libro de Oro de la etiqueta, de 1967, en el que se pueden encontrar, como en todos, curiosas sentencias, esta, respecto a lo que no debe ser ni contener una carta: “Se aplazará siempre hasta el día siguiente escribir una carta insultante o amenazadora. La mayoría de las veces, se desistirá del empeño o al menos se adoptará un tono del que no habrá que arrepentirse”. “El arte epistolar, antaño tan valorizado, está casi agonizando presa del grave colapso en que le sumió la hegemonía del teléfono, potentísimo rival que maquina su muerte (…). Los últimos mantenedores de una milenaria tradición epistolar son, en nuestro siglo, los poetas y los escritores, algunas personas ya entradas en años, los artistas y los enamorados (…). Cualquier misiva exige más cuidado y atención que una comunicación telefónica (…) posee un valor distinto, lleva impreso el sello característico de su autenticidad y perennidad, constituye, en cierto modo, una manera peculiar de hacer patente y descubrir a otros nuestro carácter: verba volant, scripta manent, es decir, «las palabras vuelan, pero los escritos quedan». Cuando las frases y cumplidos se han evaporado, y los juramentos han sido infligidos, y las alegrías y las penas, olvidadas, cada carta conserva todavía su valor de testimonio, mantienen vivas nuestras esperanzas y aspiraciones, nuestras ideas y pensamientos, y tal vez refleja también nuestros defectos y errores”. ¡Qué tiempos, y lo que quedaba por ver!
El libro no tiene desperdicio, es todo un tratado de sociología doméstica de los años 60 españoles: “El hombre manda”, “Los criados son parte de la familia”, “Excelente ama de casa es la que sabe sonreír y mostrarse complaciente incluso cuando está ocupada en un delicado quehacer”, “La urbanidad no termina con la boda. El padre puede continuar siendo cortés y llevando la cesta de las provisiones y empujando a un tiempo el cochecito de la criatura”. Pero también contiene reglas que deberían estar vigentes siempre: “Hay un caso especial en el que la indulgencia de los padres no admite disculpa ni consiente atenuantes de ningún género: la tortura de indefensos animalitos por parte del niño. El castigo ha de ser instantáneo y enérgico cuando el chiquillo haya templado sus instintos sanguinarios atando una lata de conservas a la cola de un gato, un bidón de gasolina a las patas traseras de un perro, o se haya ensañado arrancado las alas a una mosca o medio desplumado un jilguero”.